DVD Ediciones.com en el centenario
de Álvaro Cunqueiro
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Antonio Rivero Taravillo |
CUNQUEIRO, POETA Como la de tantos escritores, la historia editorial de Álvaro Cunqueiro se ha desarrollado con altibajos, silencios, inesperados ecos, desbarres críticos, hallazgos sorprendentes. A sus primeros poemarios en gallego, poco difundidos, se sumaron varias novelas espléndidas, floreadas en aquella lengua y traducidas por el mismo autor o directamente compuestas en castellano, que alcanzaron relativa circulación. Sin embargo, una de las más grandes vertientes de su obra, y la más copiosa, aquella en la que más disfrutable es –el artículo de un par de folios, y escribió miles de ellos–, llegó póstumamente a las librerías en títulos recopilatorios que enriquecieron el catálogo de la editorial Tusquets y que vinieron a deslumbrar a muchos, entre los que me encuentro. Artífice de esa recuperación fue César Antonio Molina, que cribó hemerotecas y dejó listas para la imprenta joyas cunqueirianas como Viajes imaginarios y reales o Los otros caminos. Precisamente, Molina fue, con Vicente Araguas, uno de los traductores de la Poesía en gallego completa de Álvaro Cunqueiro (concretamente, de su última colección, Herba de aquí ou acolá). Una entrega no recogida ahí, no obstante, y no una cualquiera, sino la inaugural, es Soma de craridades (de 1977 pero conteniendo siete poemas de 1932, destinados a acompañar a unos dibujos de Luis Seoane), que coquetea con el cubismo, con sus cadros, liñas, planos. Poco en estos versos hace presagiar la voz que se presenta ese mismo año en su primer libro. En Mar ao norde, de 1932, la ambientación marinera, el verso corto, vincula a Cunqueiro con el Rafael Alberti de Marinero en tierra (1925), como también lo amoroso neotrovadoresco lo pondrá luego en la estela del mismo poeta que escribió La amante (1926). También los ángeles del de la cabellera espumosa del Puerto de Santamaría tienen su correspondencia en os anxos de ese libro con notable carga surrealista, Poemas de si e non (1933), como ya viera César Antonio Molina. Tal William Butler Yeats con las baladas de su tierra irlandesa, tan presentes en un libro como Crossways (Encrucijadas, 1889), Cunqueiro, que orbita en el galleguismo como aquél en el celtismo del renacimiento literario irlandés, emprende su quehacer poético con la mirada puesta en lo popular, pero modificándolo. Esa coincidencia con Yeats ya está presente en su primer libro y se afianza en Cantiga nova que se chama riveira (1933). Aquí, por la banda que me toca, la céltica, en el poema 8 nos llega un eco, una espuma de las ciudades sumergidas de la tradición bretona, como lo fuera Ys: “Hay una illa loubada / alá no fondal do mar.” (Hay una isla alabada / allá en el fondo del mar). Por cierto, que Ys inspiró al arpista Alan Stivell, a quien Cunqueiro tuvo tiempo de apreciar al comienzo de la carrera musical del bretón. Tenemos aquí las canciones de amigo, como muy particularmente muestran los poemas 10 y 12, con sus flecos y ecos de Martín Códax. Y los sueños, siempre tan caros a Cunqueiro, como en el 14: “Toda a casa estaba chea / de espellos para soñar” (Toda la casa estaba llena / de espejos para soñar). A la influencia de Alberti, o más bien la coincidencia, se suma la de Federico García Lorca y lo neopopular. Si en Andalucía el granadino halla las raíces para su Poema del cante jondo, el mindoniense encuentra las suyas, de avellanos, robles o cerezos, en la tradición autóctona galaica, haciendo que lo estrictamente popular se una al amor cortés. Fermín Bouza Brey, Nao senlleira (1933) abrió esta veta neotrovadoresca. También había leído Cunqueiro el Cancionero en la edición de Airas Nunes (1928). Con su surrealismo leve como una lluvia que no cala, Poemas de si e de non , un diálogo en el que se deshoja la amargura del amor, es de 1933, pero aunque el grueso de su poesía está escrita en gallego, don Álvaro no sólo escribió poesía en el romance del Finisterre. Ya en 1939 participó en la Antología poética del Alzamiento (1939), junto a Foxá, Rosales o Manuel Machado, y en la Corona de sonetos a José Antonio, donde más allá del obligado homenaje (género por cierto nada ajeno a la poesía tradicional, pues era esencial en el oficio de bardo) consigue algún fogonazo lírico como en el segundo cuarteto, en el que se atreve a jugar con las palabras pena/peña: ¿Escucharás
siquiera la florida Al año siguiente publicó con prólogo de Eugenio Montes Elegías y canciones, su primer libro tras la guerra, en el que la mudanza del gallego al castellano resulta un inevitable paso tras la imposición de la nueva situación política y lingüística. Con todo, hay algo de engañoso en esto, pues los poemas fueron escritos entre 1934 y 1936, año en que estalló la contienda. Y varios de ellos los tradujo él mismo de lo ya escrito en gallego. En una de las secciones del libro, “Favorable prisión de sueño”, hay un acento religioso muy de época, parejo, si no tan dependiente, de la poesía de circunstancias a la que pertenece el comentado soneto. “Creo en el encantamiento por las palabras como la serpiente cree en la flauta, y este juego de aprendiz de brujo es, quizás, aparte de una violenta nostalgia y una confortadora melancolía, la razón por la cual mis poemas fueron escritos y publicados”, escribió él mismo en la poética que acompañaba a una separata que le dedicó la revista coruñesa Atlántida en 1954. Y esa melancolía a la que se refiere es la que hace que ocho siglos después escriba poemas de estirpe provenzal en Dona de corpo delgado (1950), como “Soedades de miña branca señor” (“Soledades de mi blanca señora”). Son cantigas de amor cortés, como él declara, que cultivan una poesía bellamente arqueológica, con la que parece que la lengua gallega se amansa en el pasado, sin contingencias del día que incomoden al Régimen ni a su censura. Allí leemos “Rondeau das señoras donas pintadas no ouso do Vilar, no século XIV, cheriando una frol”, tan a lo Villon, el de las nieves de antaño y uno de sus poetas preferidos, y no sólo en el estribillo. Aquí un verso espléndido, “Ese vento de seda é o tempo que pasa”. Se trata de la misma melancolía que tiñe la que quizá sea su mejor novela, Las crónicas del sochantre. Herba aquí ou acolá (1980) se abre con “Os oficios de Bran”, quien, recordemos, fue una figura de la mitología irlandesa que, cristianizada, pasó a ser san Brendan, san Barandán. En su poema, Cunqueiro rinde un homenaje a Ezra Pound cuando hace exclamar a Bran: “Animula, vagula, blandula!”, palabras que dijo el emperador Adriano pero que fue el autor de Personae quien les dio mayor difusión (aunque John Donne las replicó en “My little wandring sporting Soule”, y Lord Byron en “Ah, gentle, fleeting, wav’ring sprite” y, más reciente, Basil Bunting en “Poor Soul! Softy, whisperer!”). Como predica su título, no hay sólo presencias irlandesas en el libro, bien que Cunqueiro desarrolle en otro poema su devoción por Lord Dunsany en un texto de epitafio en que, con fantasmas y hadas, aparece la ciudad medieval de Carcasona, con la que Juan Eduardo Cirlot también tuvo una experiencia extraordinaria, obsesiva, que le hizo anotar: “A Carcasonne fui a morir.” “Carcasona” es título de uno de los cuentos de Dunsany, y también aparecerá en otro poema de Herba aquí ou acolá, “Alma, coma no concerto…”, donde exclama: “Como viaxar a Carcasona!” La curiosidad, la fascinación por las leyendas, le hace ambientar poemas en el mundo islámico o en el homérico, pero no el áspero y vehemente de la Ilíada sino el dulce y saudadoso de la Odisea. En “Retorno de Ulises” emplea versos tan aliterativos que se diría que toca un tema griego con procedimientos germánicos o célticos, como los que abren la composición: “Pende en que pende Penélope pensativa / perdo novelo nove novamente canto.” Herba aquí ou acolá es un volumen hermosísimo que recoge al Cunqueiro final, plegado sobre sí mismo; un digno testamento poético abierto al mundo de quien ya estaba a punto de dejarlo. Lo demuestra “Una capitán e o seu cabalo”, donde a la épica se contrapone una lírica delicada y ensoñadora, casi estupefaciente, cuando el rocín se olvida de su amo y sigue su vida hasta morir, él también, pero de viejo, “Cunha bocada de herba na boca, / entre a que iban duas amapolas.” (“con un bocado de hierba en la boca, / entre la que iban dos amapolas.” Pia de’ Tolomei, personaje del Purgatorio, es la protagonista de “Ricorditi di me”, y su famoso “Siena mi fe’, disfecemi Maremma”, que aquí se cita, ya fue recogido por Pound en uno de las secciones de Hugh Selwynn Mauberley, que adopta como epígrafe el endecasílabo de Dante. Hay mucho culturalismo en este postrero libro de Cunqueiro, pero con un tono, un registro, bien diferentes del de Pound: éste se hallaba en el comienzo de su carrera y trataba de hacer alarde de su cultura; el autor de Herba aquí ou acolá está a punto de morir, y la cultura se muestra sin ostentación, sino como parte de la propia vida, como un componente más, sentido, de la elegía que a todos nos atañe. En los monólogos dramáticos (“Eu son Danae”, y los similares de Edipo, Paltiel, Dagha) halla Cunqueiro, como Browning, Yeats y Cernuda, el vehículo perfecto para la reflexión y para mostrarse tal cual es a través de la máscara. Aún hay otra faceta que como poeta complementa la de la propia creación, y es la de la traducción de poesía. Son muchos los poetas que la han practicado, con mayor o menor grado de libertad. Ya en 1934 publica Cunqueiro en la revista Nós la primera versión, en este caso de Hölderlin (las traducciones de Cernuda en colaboración con Hans Gebser aparecieron en 1936 en la revista Cruz y Raya). Luego, tras un largo silencio, hay también un alto número de traducciones poéticas que, de Leonard Cohen a Dante, de Cavalcanti a Li Po, pasando por Carl Sandburg o Salvatore Quasimodo, realizó en gallego y publicó sobre todo en el suplemento Letras de El Faro de Vigo, que dirigía, y donde escribió desde 1958 hasta su muerte, pero también en la revista Grial y en su columna diaria “El envés”, en el citado diario. Han sido recogidos, en parte, en Escolma dalgúns dos moitos poemas traducidos ao galego por Álvaro Cunqueiro (1991). Y aquí, una de esas sorpresas tras un recodo a las que me refería al principio de estos párrafos: entre los poemas que en el periódico figuraron como traducciones, recientemente se ha podido establecer que una docena se trataban en realidad de poemas del propio Cunqueiro, los cuales atribuyó no sólo a autores por él inventados, sino, enredando el ovillo, a traductores igualmente salidos de su magín. En 2004 Iago Castro Buerguer los publicó en su estudio “Os alófonos fantásticos. Poemas descoñocidos de Álvaro Cunqueiro”, y hace pocas semanas han aparecido, junto con uno más (“Erikson vólvese pra escoitar a súa mocidade”) en el libro que recoge la poesía cunqueiriana en gallego publicada por la editorial Galaxia. Así, vemos que entre 1964 y 1971 Cunqueiro ideó al rumano Decio Arveanu, vertido por un espurio Álvaro Labrada, recurrente seudónimo de Cunqueiro; y con él, a Sigurd Hallkness; Enzo Carletti da Murona, italiano; Eliano Ardeanu, rumano; Carlo da Marjolana, italiano; Erik Triggvason, sueco; Argret Svaden, danés, con dos poemas; Frank Sigmundson; Knut Tellanken, islandés traducido a partir del inglés; Enzio Buoncompagni, italiano; y Giorgio Cantalupo, italiano. Todos excepto Arveanu fueron “traducidos” por quien no era sino otro seudónimo de Cunqueiro: Manuel Mª Seoane . Hay como es lógico alguna presencia del mundo en que “habitan” esos poetas fantasmales, como cuando en “Cando se fina un home”, atribuido a un autor rumano, hallamos un eco de la planificación comunista: “a discusión no Comité: ¡eu estou pola / mellora do gado mouro! Non sabía por que”. O cuando se emplea una de las kenningar catalogadas por Borges en el poema del escandinavo Sigvar Sigvarson, donde el “falcón da ribeira” es la nave. Pero en estos textos se ve la aparición de palabras que tienen una presencia constante en la obra de Cunqueiro, como el talle de la muchacha (o van da moza), el adjetivo tibio (morno). Hay aquí algunos grandes poemas, como “O vagabundo”, que termina: Coma
un trobo rachado por un raio,
Como
una colmena hendida por un rayo
Estos poemas, pues, han de sumarse al cuerpo canónico de su poesía, junto a otros que en El Faro de Vigo dio bajo su propio nombre o el de algún seudónimo, como el mencionado Labrada, que firmó numerosas páginas lo mismo que un tal Patricio Mor, que indudablemente transmite un sabor irlandés, pues san Patricio es el patrón de la isla y uno de los nombres más comunes en ella, y Mór, que no es apellido, sino apodo, significa “grande” en gaélico. También inventó a un Patricio Mindonio (usando su gentilicio mindoniense, de Mondoñedo), pero es que además Cunqueiro se llamaba Álvaro Patricio. Otros seudónimos que empleó para sus traducciones fueron Ariel García y Cristóbal Xordán. Él mismo escribió una vez: “Siempre tuve una gran afición a los pseudónimos, y los he buscado en Dickens y usé y uso apellidos que llevaron los míos. El otro día, viajando a La Coruña, para asistir al ingreso de Joaquín Otero Goyanes en la Academia de Jurisprudencia, Isidoro Millán hijo me confesó que creía que las traducciones de poemas que aparecen en “Faro de Vigo”, en la dominical página de “Letras” firmados por Manuel María Seoane, eran de un poeta llamado Manuel María. Me gustan estas pequeñas mixtificaciones.” Y es que era natural que Cunqueiro, que inventaba países y sucesos, ojos nostálgicos como tesoros enterrados que no pueden lucir su oro y andares de doncellas fugitivas, diera en inventar otros yoes y otros poetas, no al modo consistente de Antonio Machado o de Pessoa, sino caprichosamente, sin programa; más oyendo a su alma que a su frente.
Publicado el 15/11/2011 |